sábado, 13 de agosto de 2011

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No tengo cuerpo,
sólo soy algunas líneas
desordenadas.
Guardo un recuerdo tuyo
en algún bolsillo
(de esos que no se ven
pero que siempre
llevamos encima).
Guardo un recuerdo tuyo,
y créeme,
quisiera creer
que se me ha perdido.
Quisiera pensar
que alguien lo ha pisado,
que flota en algún charco
de rencores olvidados.
Aún así, siempre
llega algún viento
que lo devuelve.
Siempre hay una llama.
Una llama.

No tengo cuerpo,
soy levedad
si no te encuentro.
Soy tinta que fluye
y es vomitada en algún papel.
Tinta en tus manos,
nada más
(o un cuadro torcido,
desenfocado).
No lo tengo, no lo tengo,
soy tinta y un puñado
de recuerdos.
¿Recuerdas?
Cuando nuestras manos fueron una
supe que algún día
sería toda la tinta
concentrada en la línea
más dispar de las venas.
Cuando nuestras manos,
finalmente, fueron una,
todo eran estigmas
sangrantes de tinta.

Tengo cuatro puñales tuyos
en mi espalda.
Sangran si los espantas;
borbotones de tinta
y una espalda.
Pero no te preocupes;
no tengo cuerpo.

sábado, 6 de agosto de 2011

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Incluso antes del filo amenazando la mejilla,
todo era uno y algo en mí lo sabía.
Algo que flotaba y golpeaba muros de matriz,
algo como agua y vida latiendo en el arroyo.
Armonías huecas acariciando siempre el vacío,
el vacío una alucinación más en mi particular psicodelia.
El peso de las manos, quizá, o la libertad de las cadenas
como un cielo desgastado al sentirse observado en exceso.
Algo estaba allí como dos grandes ojos observando,
sin definición ni forma, pero con mirada fija.

Con todo, la ignorancia al conocer la comprensión.
Con todo, la paradoja de no saber que se es
pero empezar a ser, poco a poco, en el círculo.

Yo era uno con todo y todo era uno.
Todo era uno conmigo y yo podía sentirlo.

lunes, 1 de agosto de 2011

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Nadie quiere nada
porque todo es demasiado pequeño.
Y a pesar de rechazarlo un millón de veces,
de negarme y creer en mí por una vez,
entendí
que aunque me dejara las venas aquí
nunca serviría de nada.
Aunque me arrancara el corazón
para ti, sí,
tú que me lees y que piensas
que nunca podría dirigirme a ti
ni siquiera en estos momentos;
aunque me arrancara el corazón
y te lo diera de mi mano
(¡de mi mano, mi palabra!
Todo lo que tengo en vano)
no sería tan siquiera
un destello en la tierra desgarrada.
Porque ven, dime,
¿quién quiere un corazón?
¿Quién lo quiere, dime?
¿Quién necesita algo tan absurdo
de una vida que no es la suya?
¿Quién necesita creer en una palabra,
una palabra como cualquier otra,
que no tiene consistencia, ni puerto
ni lugar donde aferrarse?
Nadie quiere nada
nunca, nunca.
Nos quedamos solos.
Sin palabras, sin manos,
sin corazón, sin nada.