domingo, 3 de abril de 2016

Ausencia

Un grito en la mañana. Contesto: "¿sí?". "¿Estás en Barcelona? ¿Te acuerdas de...? Dios, Dios". Frágil niño, tu voz está ardiendo en mis oídos. Sí: recuerdo aquellas noches en Ripollet, tan jóvenes, tan insignificantes, tan entonces, empezando a palpar con los diminutos dedos la textura incierta de la vida. Estás llorando, pequeño y frágil niño, pero no preguntes; claro que recuerdo. Lo recuerdo todo: su larga melena negra hasta la cintura, su jersey marrón, las ondas de su pelo, su sonrisa y su perfil extrañamente hermosos. Su olor. Recuerdo aquella noche y ella, estática en mi mirada, calentándome las manos; nevaba y la oscuridad del cielo parecía querer tragarse las calles. Tú en mis oídos, entonces, y ella tomándome las manos. Su sonrisa era cálida como ese abrazo que se prolonga en el tiempo. Y aunque parezca extraño, el frío no era tan frío entre sus manos.
Hospital. ¿Nos recuerdas tú, tan niños entonces? Media cabeza rapada y una abertura en tu cabeza. Estás fría. En coma. Gritos. Te he tocado y estás helada. Tu madre se golpea contra la pared. Te encontraron allí, inconsciente en el suelo; hay voces que dicen que tienes el cerebro encharcado en sangre. Más voces que no puedo procesar. Han abierto por un momento uno de tus ojos; solo oigo gritos que desconozco mientras tu piel me sigue, en la distancia, congelando los dedos.
Venimos hasta aquí y cenamos juntos como años atrás. El cristal de tus ojos está tan hueco, niño ausente, que oigo mis palabras resonando en tu mirada. Un gesto, entonces, y la mesa arde en latidos imprecisos; 1.07 en mi teléfono. Nos llaman y nos dicen que estás muerta. Tan sencillo. Y en nuestra cabeza tu largo pelo negro hasta la cintura. El olor de tu ropa era el mismo que el de entonces.
Tan lejos ahora sobrevives a tu ausencia.

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