martes, 31 de mayo de 2016

Hogar [fragmento]

Pero no en vano;
sangre, risa, amor,
vena incendiada, labios
como espadas, líquido recorrerme para siempre,

nunca en vano.

domingo, 29 de mayo de 2016

Judit

Vestido negro, ondas recogidas al fin, lenguas de humo lamiendo el techo y ese extraño y agradable tacto anudado al cuello; líquida yo en un reflejo líquido.
Tú solo observas. Estás aquí sin estarte, y como si de mí gotearas te imagino deslizándote por el hueco de mi cuello. "No pareces tú", quizá dirías. Y sería cierto; extraño el recuerdo y su costumbre de materializarte cuando no existe ya en ti lo que de ti recuerdo. "Te he fallado", quizá. Pero no. Nunca fallas. Simple: creía en todo lo que decías.
Líquida todavía. Tu rostro, tu para siempre alejado de mis manos rostro se desprende de mi cuerpo para dar paso a la realidad de la carne. Ojos rojos, labios verdes u otras alteraciones insignificantes del orden. No: los bosques que me retienen a través del espejo son sus ojos, los ojos de su cuerpo, sus anegados ojos que solo pueden ser para sí mismos desde su mirada tan suya.
Entorna el mar bajo su frente y entreabre los labios; no necesita palabras. Siempre sin ellas, acaso sea yo para ella el oscurecido brillo de la intuición sin nombre.
La sangre de su boca abre entonces un clavel en mi mejilla. "Estás preciosa", susurra.

viernes, 27 de mayo de 2016

14.11

Madre, sobre este cuerpo
la verticalidad de la luz susurra
que engendre en lo oscuro el útero
para su llegada.
Siquiera palabras
que arderse en el aire. He borrado
cada rastro, cada huella
de carne, madre, solo
para la llegada lumínica
a este útero ya
sin signos posibles
ni canto donde incendiarse.
Borrarse solo para dejar en él
la inundada horizontalidad de la noche.


Pero por qué, madre,
por qué a mí
también borrarme.

jueves, 26 de mayo de 2016

En memoria [I, M]

Aún estabas cuando me había ido. El hueco, entre ambos, abrió todas las voces de la carne.
El no estar cantaría otra vez. Acaso hubiera cantado ya tiempo atrás.
Partidos, al fin, los dos. Solo partiendo sería la forma de llenar de carne la ausencia de sabernos presentes sin estarlo.

lunes, 23 de mayo de 2016

15.55 [o los labios del laberinto]

Cristal, cristal, cristal. En todos ellos pálida, despeinada, seria. Una sombra pesada y tediosa. Para. La sombra ahora es estática y parece quedar definida por unos instantes. Pálida y altiva. Ese rostro, ¿eres tú mi rostro? Interrogo sin respuestas. Le hablo de nuevo: ¿eres tú mi rostro? Pero ninguno de los dos contestáis, voces sin figura.
No recuerdo el primer día que me vi a mí misma. Simplemente yo estaba allí cuando me encontré. Estaba allí ya, con mi voz, con ojos extraños, con algo que recordar: nombres, una madre, un padre, un hermano, tíos, primos, poco más. De los cinco años recuerdo solo a mi perro. De los seis, que el día antes de mi cumpleaños no quería cumplir los siete. De los doce cuando te enseñé a mirar fijamente a los ojos o cuando fingía estar muerta. Quizá solo me recuerdo a través de los que dijeron conocerme, porque no puedo ubicar muchos más puntos en esta conciencia derramada. El diente perdido en clase, el dolor y la ausencia de la mujer de ojos verdes, el frío y los insectos de aquella casa; no. No parecen sino fragmentos desgajados de algo superior que nunca me perteneció realmente. Donde nunca pertenecí, tampoco.
Creo que nunca he pertenecido a ningún sitio concreto, a nadie concreto, a nada en concreto. Las cosas simplemente se sucedían y yo observaba. Tímida, silenciosa, altiva, como si acaso una parte de todo aquello me perteneciera o me hiciera pertenecer a algo más allá de mí misma. Y no. Espesa, tediosa sombra arrancada de la tierra y alzada para presentarse ante mí sin aviso previo. "Piramidal, funesta, de la tierra", pienso. Y tú lo oyes dentro de ti como lo oigo yo ahora, en este punto de distancias entre lo que tú eres y lo que yo ya he sido.
Te interrogo aunque ninguna de las voces vaya a contestarnos. ¿Pensabas que me había ido? Sí, es cierto, voz sin rostro que tomas mi forma que no conoces en ese cuerpo otro que te canta; te he echado de menos. ¿Quién se fue? ¿Fui yo o fuiste tú? O los dos, o ninguno.
Esta lengua metálica que lame la sequedad del campo me arrastra irremediablemente sobre jirones de sombra, pálida y tediosa articulación en la sucesión de cristales de tren en movimiento hasta la llegada al destino. Ahí, por unos segundos, silencio. Profundo, oscuro.
Y se abren las puertas.

Más fuerte que el agua

"Dentro de los ojos
un puñal de plata."

Federico García Lorca

viernes, 20 de mayo de 2016

8995 [13]



Respirarte desde el aire que me dejas, donde a mí nunca me pierdes.

[pero el sol]

miércoles, 18 de mayo de 2016

Cántigas de alén, III

"Escoita, mai, voltei.

                              Estou no adro
onde aquel día o grande corpo
de meu abó ficou.
Inda oio o pranto.

Voltei. Nunca partira.

Alongarme somente foi o xeito
de ficar para sempre."

José Ángel Valente

martes, 17 de mayo de 2016

lunes, 16 de mayo de 2016

Daydreaming



Recuerdo algunas cosas: la adherencia de los dedos, la llama inmersa en su sonámbula danza acuática, el perfecto lazo de venas y saliva reteniendo las muñecas y acercándolas hacia la muerte.
Pero tú eres anterior a todo lo que conoces.
Tú eres...

0.21

En el desierto tú. Atrás ya las huellas, deshabitadas de carne bajo la tumba de arena.
Desierto: solo tú.
Borrarse.

domingo, 15 de mayo de 2016

2.58 [home]

"Cuando tu ojo se ha hecho ojo para mi corazón, mi corazón ciego se ha anegado en la visión".

Ŷalal al-Dîn Rûmî

viernes, 13 de mayo de 2016

De pieles solares



Enrollo un cigarro. La mesa que sostiene nuestros cafés brilla alegre; aún en ella el árbol silbando desde sus hojas. Bebes en silencio; yo observo. La luz moja mis hombros y se superpone en formas geométricas sobre tu ropa; tan simple y tan hermoso. Toco las aristas ahora en ti esperando que ellas se tumben en mis dedos como una mariposa solar y, sonriendo, preguntas: "¿echabas de menos el sol?". Qué puedo decir: solo reconocemos la presencia a través de los infinitos agujeros que esta deja al desaparecerse. Hoy, por suerte, me asomo a uno de ellos; respiro como quien toma el aire entre las manos, de nuevo, tras años en coma. Tomarlo y aprenderlo para dejarlo ir; nada más. Y agradecer, como la garganta que, en fuego, recibe el beso de las aguas para apagar la sedienta llama. Todo lejos de eternidades; adentrarse solo en el instante con la lentitud de quien conoce el regalo de la brevedad y sus huellas de siglos.
"Llevo años echándolo de menos", contesto, aún con la mano compartiendo, como si tela, la geometría lumínica de tu ropa. Qué más podría decir: aunque mi piel te arrebató de sí misma hoy has llegado, líquida, hasta tus propios bordes. Ahora, solo en este momento, luz, podremos sernos hasta el desvanecimiento, como luciérnagas de tierra y carne.

jueves, 12 de mayo de 2016

O

Un trago largo de café y mi cigarro respirándote entre los dedos. "Es tan sencillo", suspiras. Y lo era antes, también, cuando no sabíamos que el vacío podía rebosarse.
Un brazo de humo asciende hasta el techo. Allí, un instante de previa intuición precede al fundirse del uno en el otro. Tan sencillo. Tanto quizá como la suspendida realidad del aire.
Y respirarlo o no respirarlo.

miércoles, 11 de mayo de 2016

Entonces ella

Extraña paz de metal la que me moja las manos desde tu ausencia. Esperaba, quizá en la proximidad incorpórea desde la que me habitas, que tu nombre me regresara para pronunciarte, pero el nombre al que perteneciste no tiene cabida ya en mi lengua; tan amplia como para no encontrarnos en su porosidad incluso cuando sabemos nuestra presencia o la intuimos, a tientas, sin cruzarla.
Pequeños cuchillos de cristal cantan desde el cuerpo fragmentado de la lluvia. Finos como agujas silban canciones remotas entre los labios del aire, aun con los cuerpos desnudos latiéndose desde sus bocas, aun con la voluntad de hacerse olvido en la yerma germinación de las pieles; incluso ahora que algo se deshoja sin por qué silbarán estas dagas que se llueven, sin más, por la profunda y oscura herida del cielo, donde pequeñas formas rozarán sus alas hasta que una de ellas bese la húmeda cintura de la tierra. No podrá hacerse nada: el cadáver seguirá muriendo lento y oloroso como un rosal.
Y la caída lo hará piedra.
Extraño metal de tu ausencia el que me mojas en las manos. Un último canto de cristales me recuerda que la noche habrá querido llegar hoy a tiempo solo para guardar la luz de tus ojos entre sus manos; entre otras -quién sabe cuáles-, los espesos ríos de tu conciencia se derramarán, de nuevo, en la misma muerte de cada noche. Siquiera en ti quepan entonces las raíces de tu nombre que no encuentro.
Siquiera en este espacio metálico entre la mirada y los ojos pueda yo recordarte.

martes, 10 de mayo de 2016

21.38



Volverte a ti misma.
Creer que en el nombre que habitabas pudieras acaso aparecerte.

lunes, 9 de mayo de 2016

Desde la voz (no tu voz)

Llega a tropezarse en mi retina el latido de una sonrisa que, en su vibrar, cierra levemente uno de tus ojos; prácticamente inapreciable. Mientras tanto, sobre los cuerpos el humo ansiando la lengua de la luz en sus oídos. Que solo fumas cuando estás conmigo, dices desde tus muchas voces que no son ya tuyas, sino recuerdo de otras que las sucedieron en el pulso ingrávido del tiempo. "Quizá sea cierto", pienso; "quizá sea cierto que todas las voces son solo una". Pero dejo de creerlo cuando me respira hacia el centro de mí misma la piedra -centro también, a su vez- de la voz de Thom en "Glass eyes", de la contradicción de la rosa en su "deseo de no ser sueño de nadie bajo tantos párpados", de los espesos ríos de la sangre en los brazos; misma voz todas de la fragmentada espiga de la realidad, cambiando constantemente de máscara bajo la carne. Y en todas ellas, como en la llama, cien mutaciones como una sola, como la piedra en su constante laberinto especular de centros que son ella por siempre, desde siempre.
Desde ti espero solo la revelación, la cabida del cuerpo del dios en el latido mismo del instante. Acaso cupiera el instante en sí mismo; acaso contenerse en la semilla y rasgarse para abrirse a la avidez de la vida sin el terror insondable de saberse siendo. Sonríes de nuevo y cantas, desde ti misma, palabras suspendidas en el mismo aire de todos los siglos; podría en una de tus voces habitarme, no en tu voz.
Recordé entonces a San Juan:

                       "Quedeme y olvideme,
                       el rostro recliné sobre el Amado,
                       cesó todo, y dejeme,
                       dejando mi cuidado
                       entre las azucenas olvidado".

Y olvidé, también, quedando solo en el olvido lo sentido restaurado.

domingo, 8 de mayo de 2016

Manos e imprecisiones [2.00]

Acercándonos siempre a tientas, buscando sin saber dónde los labios o las palabras. Y el aire cae, impreciso, sin alcanzarnos. Y este tacto que no me das me abre la carne y me arranca unas costras que comienzan a cicatrizarte la piel; aún, a tientas, te busco en este tacto.
No estás
(porque no puedes estar
sino en mis manos, que
te buscan en mí y no te encuentran
por mucho que les suplique que me desnuden
como lo hacías
tú). 
Quizá solo en estas manos mías, inexactas como el latido de tu silencio
(esas,
donde crecerte
en mí).
Qué ingenua.
La luz, cediéndose a sí misma, nos desveló al fin que no estábamos 
(que ya
no, que
quizá nunca).

viernes, 6 de mayo de 2016

Manos de esta tarde

Pequeña tú, podrías caberme en el centro de la palma; tu cara en ella, no tú toda, me late aire en la piel hasta bombear el cuerpo sin rostro del deseo, donde solo el tuyo, amor, solo tuyo esta tarde.
Entra la brisa de mil años por tu balcón abierto. Allí, cuando tumbada desnuda sobre tu lado izquierdo me susurras lo cansado que es saber que se es, pronuncio tu nombre hasta deshacerte en él o hasta que él se deshaga en sí mismo; tan peligrosamente incómoda la identidad, cuando tan sencillo es el reverso de las manos.
Formas de mujer hundidas en tu cama como vestigio visible de las formas otras que hemos habitado para deshabitarnos, al fin, en ellas. Arriba, fragmentos solares deshojan el cielo de tus ojos; la tarde -o tu mirada-, a través de la fría espada clavada entre nuestros cuerpos y su sed, clarea la luz anteriormente contemplada: no conoce más. Tú allí, desde ella, atrapas en tu transparencia de acero los pétalos de su brillo como si toda tú de piedra, como si acaso fuera posible capturar lo existente antes de palpar el cuerpo de su ausencia en su nocturno deshilarse. Suspiras: tu cuerpo se eleva para ascender, después, en su caída; yo oigo tu volver a ti misma con la suavidad de la carne abriendo flores de blasfemia en la blancura de tus sábanas (piel de la cama sobrevivida a tu propia piel sin saberse ya quién cubre a qué: si piel a colchón, si sábana a músculo y a su roja prisión de sangre).
Anticipada a la noche me acercas el rumor lejano de los cristales de la luna entre las manos. Cerradas; arriba, abajo, arriba..., pero tan quietas siempre como tú misma, que estando queda me traes la vibración de tus dedos a la flor del alba de la boca. Así, solo ondas de tu antiguo vibrar cuando tu murmuro de mar sin sueño rasga las telas del silencio: tú tanta sed; yo arrastrada constantemente a las oscuras orillas sin nombre de tu carne abierta, y en el agua aún el ansia de ella misma, aún la necesidad oxigenada de decirnos una y otra vez para dejar de sernos y ser, sin más, canto en la otra. Cerradas todavía; el mosaico de tu voz me llama desde tus manos para desatar en saliva y piel los límites de la tarde clara. Y cantan en mi boca estas manos que eres tú, que te prolongan en mí hasta nacerte en el útero de mi carne: son tú, te eres. Manos tuyas, tus manos cuando necesariamente tienes que ser tú, donde debes serte hasta desnacerte en su mismo centro; estas manos, tus manos: eres tú.

                       (quién sabe ya
                        a qué remota morada del alma me llevan 
                                               esas manos)

miércoles, 4 de mayo de 2016

And death shall have no dominion

"Y la muerte no tendrá dominio.
Los hombres desnudos han de ser uno solo
con el hombre en el viento y la luna poniente;
cuando sus huesos queden limpios y los limpios huesos se dispersen,
ellos tendrán estrellas en el codo y en el pie;
aunque se vuelvan locos serán cuerdos,
aunque se hundan en el mar de nuevo surgirán,
aunque se pierdan los amantes, no se perderá el amor;
y la muerte no tendrá dominio.

Y la muerte no tendrá dominio.
Los que hace tiempo yacen
bajo los dédalos del mar no han de morir entre los vientos,
retorcidos de angustia cuando los nervios cedan,
atados a una rueda no serán destrozados;
la fe, en sus manos, ha de partirse en dos,
y habrán de traspasarles los males unicornes;
rotos todos los cabos, ellos no estallarán.
Y la muerte no tendrá dominio.

Y la muerte no tendrá dominio.
Ya las gaviotas no gritarán en los oídos
ni romperán las olas sonoras en las playas;
donde alentó una flor, otra flor tal vez nunca
levante su cabeza a los embates de la lluvia;
y aunque ellos estén locos y totalmente muertos
sus cabezas martillearán en las margaritas;
irrumpirán al sol hasta que el sol sucumba,
y la muerte no tendrá dominio."

Dylan Thomas

Pequeño vals vienés



"Toma este vals que se muere en mis brazos".

martes, 3 de mayo de 2016

1.12 [volver]


Tú, que me llamas niña porque sabes esos brazos finísimos que se esconden bajo la aspereza de lo visible, me preguntas el espacio que hay entre sombra y sombra cuando la puerta termina de cerrarse. Un sonido seco; silencio, y el quizá, que no puede contenerse en sus formas, cambiando de silueta en su tumbarse bajo el sol del tiempo: ahora pájaro, ahora línea blanca y viscosa entre las piernas en parto de la tarde, ahora un haberse nacido así, sin razón alguna. Todo, en fin, siempre calcinado.
Pero yo estoy ahora sobre las nubes y siento, a través de ellas, algo que me traspasa la espalda, como la intuición de saberse aquí aunque aquí se esté durante solo un instante; qué visión la de quererse muerto en el cielo cuando en los oídos el canto inmenso de la tierra solo. Y tú, que eres tierra también, me llamas desde abajo con los brazos de un bosque aferrado a eso que tú eres y me dices: "niña, háblame de ese espacio...", como si yo conociera otro espacio que este que siquiera habito ya.
"Niña", me dices, pero no escucho. Ahora que me veo en este otro teatro y repaso una y otra vez las vigas y su carcoma para terminar, como siempre, acariciando con la retina la madera helada del escenario, pienso en todas esas pequeñas escenas y esas mujeres suyas que tanta gracia te hacen. Yo me las imagino allí, muy vivas y con la piel radiante, extremadamente blanca, cantando sus sinsentidos como si a alguien le pudiera importar su latidillo de tinta lo más mínimo. Las veo, de verdad que lo hago, y desde su forma que no es forma me dicen siempre lo mismo:

MUJER VESTIDA. Pero tú estabas hermosa cuando me querías; tu pelo y tu cuello me cantaban en la boca como una fuentecilla fresca (Incrédula.) Ahora pareces un ramillete de flores secas.
MÁSCARA ROJA (Irritada). Tengo la cintura dura como el tallo vivísimo de cien rosales ardiendo en la madrugada.
MUJER VESTIDA. Cállate. Esa cintura en la que cuelgas a cualquiera ya no parece más que una luna menguada en el centro negrísimo de la noche. Pero cuando me querías...
MÁSCARA ROJA (Impaciente). Habla.
MUJER VESTIDA. Cuando me querías eras la más hermosa. Ahora no te me pareces tú misma.
MÁSCARA ROJA. ¿Y qué me pareces tú a mí? Miro tus ojos como si fueran dos muertes pequeñitas y no es suficiente; no puede serlo. Esos dos ojos tuyos como dos puntos, donde si solo hubiera un tercero podrías quizá suspenderme en el aire. ¡El aire! (Pausa.) Pero tú estás lejos ya de todo lo que se tumba en los huecos y se deja colgar de las ramas. ¿Qué me pareces ahora? Ni siquiera respiro (Absorta.) Y antes yo respiraba de tu boca como si fuera un pulmón de flores abiertas, como si me ahogaras en un monte de árboles verdísimos y chorreantes de resina, llenándome la lengua de ti y de todas las espadas afiladísimas de tu bosque entero. Y me movía tu pelo inmenso como me sacuden las aguas, como si toda tu cabellera se desplegara en olas, y olas, y más olas, sin orilla en la que dejar cerrarse mi carne en la corriente oscura de tu aliento.
MUJER VESTIDA. ¿Qué, entonces?
MÁSCARA ROJA (En voz baja). Dejaste de quererme. Como quien olvida de repente la mañana cuando se despierta, sonámbulo de mares de cien lunas. Simple y redondo como una piedrecita.
MUJER VESTIDA (Con rabia). ¡Dejar de quererte! Me he echado sal en los ojos para no ver arder deseos nuevos en los tuyos; me he llenado la boca de piedras para no hablar, porque si hablara; si solo hablara. Abriría mi boca y me cabría en ella toda esta ciudad entera. Si mi boca se abriera no sé ya cuántas bocas harían falta para callarme. ¿Y qué? ¿De qué me ha servido? (Pausa.) Para hacer duro mi silencio y clavármelo en el paladar y en la lengua, nada más. Para dos filos me ha servido este silencio; arriba y abajo, como un infierno derramando sus llamas de sangre en una tierra en la que nada puede crecer.
MÁSCARA ROJA (Dándole la espalda). Tus palabras son solo palabras que no pueden ser más.
MUJER VESTIDA (Irritada). Que mi carne puede hablar más que mi boca ya lo sabes.
MÁSCARA ROJA (Volviéndose, con energía). Cállate.
MUJER VESTIDA. Hablaré durante diez años si hace falta. He callado ya demasiadas veces, ¿para qué? Para hacer de mi cuerpo una llanura lisa y blanca llena de agujeros que nunca pueden llenarse (Pausada). Que te tengo siempre delante y no te alcanzo... siempre delante, siempre, siempre, siempre, cuando solo eres otro hueco que no puede llenarse. Pero lo que nos abandonó de nosotras mismas era simple y redondo como una piedrecita.
MÁSCARA ROJA (Lejana). Como el canto finísimo de una cabeza decapitada.
MUJER VESTIDA (Cerrando los ojos). Como el canto...

Así las imagino yo, una y otra vez ante mí, como si me hablaran desde dentro de ellas mismas y ya no desde el centro de mi cuerpo. ¿Qué más? "Niña, niña", pero yo solo veo sus brazos alzándose casi como una súplica, queriendo ser, esperando que las sea, con sus brazos largos como ramas sacudiéndose en lo oscuro. ¿Y qué espero yo, qué esperas tú? Quizá el sexo de la noche abriendo sus raíces en tu boca o la piedra más que blanca de las piernas de la luna anudadas a un cuerpo solo; mármol sobre mármol, rocío lamiendo con su lengua los muslos puros de quién sabe qué punto de la madrugada. Ellas, que son yo, me empujan como una exhalación a los labios entreabiertos del deseo, y en su humedad, abiertas ya, solo flores entre tus labios.
Solo flores entre tus labios.