No salgas del espejo,
compón una melodía en el silencio
y devuelve el ruido.
Cada tres años nace un niño muerto en mi espina,
como las nubes pariendo una tormenta,
como el sueño crucificado que despierta en el insomne.
La luz roja parpadea y el reloj calla.
Creo recordar lo que olvidé en el horizonte.
Quizá fue una mano de sal que nunca acaba,
quizá una llama en el sol; eternidad.
Pero recuerda si aún queda nostalgia en tu memoria:
cuando las arañas encuentren su sitio en mi costado
no salgas del espejo.
Todavía no.
Hay siete espejismos más que necesito
en la melodía para este niño raquítico de sueños.
Creemos que él escuchará como escucha
todo lo que no nace lejos de este folio.
Es por eso que dedicamos nuestra música viva a los muertos.