Los perros escarbaban los huesos en las esquinas,
y en las calles todo era un pliegue sobre sí mismo.
No hay mentira en la mirada del que engaña
ni verdad en la contemplación del que perdona.
Todo se encuentra a lo lejos, amigos,
a lo lejos. Allí siempre hay algo oculto,
algo más allá del suave tacto de la retina.
Pero aquí nuestro suelo ya es ceniza
y la realidad que nos envuelve
se distorsiona ante los ojos del verdugo.
Me acechaba la vida como un cuervo enorme,
cada paso era ligero como una pluma en su caída.
Todas las noches eran una sola
en la soledad del que las encuentra.
Y cada cielo era un manto enorme sobre las cabezas,
y cada venganza una ilusión sin revuelo.
Y todo lo que era luz permaneció,
y todo lo que era carne alzó su grito.
A diferencia de entonces, las calles son otras.
Los perros vacían las cuencas más profundas de la nostalgia.
Toda mentira tendrá un atisbo de verdad
y toda verdad será una mentira en sí misma
porque en el mundo ya no hay realidad posible.
El roce de los niños es frío porque aman demasiado.
Cada partitura tiene un acorde escondido
en lo más oscuro de su pentagrama.
Y cada sueño es arena en el desierto,
y cada realidad es minúscula ante el ojo de la vida,
y todo lo que sea luz se apagará
y todo lo que sea carne debe morir.