martes, 6 de septiembre de 2011

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Reconoceré a mi dolor porque tiene una vida.
Lo reconoceré lejos, en la copa de un árbol,
en el mar, en lo más alto del Empíreo,
hundiéndose mientras lo veo flotar.
Estaremos lejos y cerca
estaremos, estaremos... si estamos,
si sobrevivimos a nosotros mismos.
Estaremos si esta cárcel nos lo permite.

Reconoceré a mi dolor porque tiene una vida,
y parte de otra, arrastrada por los cielos.
Arrastrada por los cielos.
Reconoceré a mi dolor
y lo oiré a lo lejos mientras corre.
Cantará.
Cantará como cantan todos los dolores
y yo reconoceré su voz en la distancia,
la de siempre, tan cambiada;
tan perseguida, tan huida,
destrozada tras su estancia en los cielos.

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