En las calles está su vómito inmenso
resguardado por toneladas de leyes muertas.
Y no hay nada allí. Ya no hay nada,
ni la libre prisión del amor
ni la nostalgia de las horas deshojadas.
No hay sosiego en sus mentiras
que caminan impasibles, vestidas
con traje y corbata;
no existe ni un gramo de verdad
para tanto hambre en las miradas.
Alcemos las manos, presas entre cadenas;
alcemos el canto desesperado del pecho abierto
hasta romper las puertas de otra fría madrugada.
Aunque no quede nada, aunque en la mano
no pueda siquiera aguantar la llama.
Alcémonos aunque ya no quede nada
porque siempre hay algo más allá
del rasgado temor de nuestros ojos,
algo más allá, algo más
que unas tristes migajas de libertad
para estas palomas hambrientas.
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