Y así es.
Para el que se finge creador y observa - a veces sorprendido y a veces impasible- las ruinas de su antiguo yo, la creación no es más que una colocación precisa de sensaciones rotas. Un recuerdo amargo por aquí, el humo de los besos del triunfo por allá, un quebranto, algunos jirones de nuestra piel bien conservados, tres cadáveres vestidos de insignificancia en ese rincón y voilà, todo cobra un sentido perfecto; este objeto nauseabundo e irrisorio arrojado y despojado de abismos es el que el espectador contempla y se dispone a criticar, a alabar o -sea como sea- a saborear con sus labios secos de ignorancia. La lengua de la pasión ya no recorre esos labios ni moja con los suyos las del falso creador que, arrodillado ante sí mismo, se desgarra esa piel suya que es de todos pero que no pertenece a nadie. ¿Por qué iba a hacerlo? Crear es tomar los restos de un naufragio interior y esperar -cargado de uno mismo y de otro uno colectivo- poder dejarse mecer por los brazos del mar sin que este arremeta en exceso contra nosotros. Crear no es nada nuevo; no hay pasión en la monotonía del verbo antiguo.
Al menos existe conciencia en esta inutilidad. No estamos creando nada; estamos tomando los pilares de nuestros propios cuerpos para destrozarlos y añadir tres o cuatro sentimientos de poco valor, de esos que los ojos se niegan a ver pero que ejercen una presión constante en las costillas. No partimos de cero; bebemos la sangre de la tradición y la escupimos deseando que este desecho tome alguna forma oportuna y precisa en los ojos internos del que observa.
Pero hoy todo es cuestionable. Algunos incluso hablan sobre la libertad artística. Pero, ¿qué es esa supuesta libertad? ¿Poder manifestar cualquier sandez en medios de comunicación vacíos que se alimentan de falsas popularidades o poder trascender, de forma íntima, la cárcel interior guardada en la torre de hueso y carne que nos forma? Libertad artística, libertad creadora: conceptos sin valor -como toda palabra hoy- que no explican más que la necesidad de trascendencia, de alcanzar a través del encierro de las pasiones la libertad de las mismas. Algunos hablarán del arte como liberación pasional sin más, como depuración de un alma que se antoja, a ojos de la realidad, como un elemento artificial al que nos aferramos para describir todo lo que nos volcamos en algo: "pongo el alma en esto". Todos lo hacemos, sí, pero ¿qué es exactamente eso que estamos poniendo? No, el arte no es una liberación inútil del alma; el arte es conocer el músculo lo suficiente como para poder extirparlo, agarrar en un puño eso que se supone que todos tenemos latiendo dentro y mostrarlo crudo y palpitante, sin más adornos que la mano que lo sujeta y la sangre que lo viste.
Esa es la verdadera creación. No, no estamos creando. Estamos bebiendo a borbotones la sangre nueva de la antigua piel humana para reafirmar que somos un ayer cíclico, recompuesto y destruido una y otra vez en el falso nombre del arte.
Amén.
No hay comentarios:
Publicar un comentario