Volver, nosotros, para arder en el aire
como pájaro o palabra.
Si fuéramos solo después del fuego, decías,
mientras te adentrabas -tenue,
transparente imagen de ti
sin nada tuyo que la sobreviva-
en la plenitud de la llama que se calcina a sí misma;
llama sola, tú. Como rosa
sin porqué.
Sumergirse en el centro de la luz, entonces; descenderte
a la noche
sin saber que su sombra se extendía ya
sobre la suspensión absoluta de tu ausencia.
Rosa sola, tú. Tu voz
frente al silencio donde ardía.
Volverte.
Y, solo al fin, desde las cenizas
volvernos, otros.
Sin porqué.
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