Hacia qué flor de tu sangre,
hacia qué muerte cabalgas
sobre el vacío, jinete de nada.
Para el aire tu cuerpo, y en los siglos
los pétalos brotando aún de tu boca (ausencia
espejada, sombra,
sombra,
sombra); tus miembros
exhumados, insepulto, Dios disuelto
en su propia mirada.
Atravesado por el filo eterno,
negro tú, solo,
al borde
de la sombra.
Hecho para la tierra, dijiste.
Por qué el cielo, entonces.
Hasta cuándo las blancas manos del tiempo,
hasta dónde tú
frente a tu sombra.
Hasta cuándo las blancas manos del tiempo,
hasta dónde tú
frente a tu sombra.
O
ResponderEliminarMe inquietan mucho tus comentarios, querido. Muchísimo.
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Dios me envía mensajes secretos en mi sopa de letras... Dice Oooooo...
EliminarSon aritos.
Menudas vacaciones, eh?
ResponderEliminarLo sé, lo sé... de aquí al infierno.
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