En su sueño sanaron mi herida. Cubrieron mi rostro con ceniza, deshilaron la cordillera de venas que bordeaba mi ahora olvidado nombre y cantaron desde mí siglos de fuego y adherida sombra. Me alcé después, anónimo amalgama de tiempo empozado en sí mismo, y partimos en paz, pues ellos me habían soñado y aquello, me repetía, nos conectaba.
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