jueves, 21 de abril de 2011

Sesión II.

Le hablo normalmente de nuestras noches porque creo que nos tenían consumidos. Quizá debería comenzar hablándole de otros momentos, no lo sé; nunca he sabido por dónde deben empezar las cosas. Sea como sea, nuestra realidad era esa, y saberlo nos devoraba vorazmente día a día. Era un conocimiento asesino, se podría decir, y por eso mismo intenté tapar mis ojos en miles de ocasiones. Mi cuerpo no soportaba más el peso de mi conciencia, y sentía que todo se me partía en pedazos a cada paso.

Recuerdo aquellos tiempos en los que aún no estábamos rotos. Pasábamos los ratos en algunos bares donde se tocaba música Jazz a altas horas de la mañana. El descontrol de aquellos músicos era eléctrico. Con sus vibrantes improvisaciones podrían levantar el ánimo a cualquiera. Supongo que se puede imaginar a qué me refiero: eran esos tipos de bares en los que el alcohol y la música se funden en una única melodía.
Por aquel entonces, ella era el silencio de todas esas melodías, y eso me gustaba. Era la pausa anterior a la incógnita, el suspiro sin por qué. Aquel misterio que la envolvía era capaz de envolver también todo lo que la rodeaba con una suave sutileza de brisa matinal.
¿Puede usted creerlo?
Jamás imaginé que aquello que tanto me fascinaba acabaría siendo el cuchillo que nos despedazaría fríamente.

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