jueves, 7 de marzo de 2013

Bombshells

"Bien".
Pero decir "bien" no significaba que las cosas estuvieran realmente "bien", sino que tocaba aferrarse a una conformidad impuesta que nadie quiere encontrarse pero que siempre nos acaba encontrando, por muy bien que nos escondamos. Si te encuentra -que lo hará-, importa poco que estés vestido, desnudo o simplemente tapado con cuatro recuerdos mal puestos; cuando te encuentra tienes la opción de escapar, pero todos somos tan cobardes que nos quedamos ahí parados, con la boca abierta y con un puñado de silencios muertos deslizándose por ella y chocando contra el suelo.
Me encontraba en ese punto de conformidad. "Bien", ya está; haz las maletas, esconde el corazón en un lugar lo suficientemente frío para que quede entumecido por un tiempo y vete de allí fingiendo que no pasa nada. Pero todo pasa. Da igual lo alto que estés, porque llegará un punto en el que no podrás subir más, y la verdad es que no conozco a nadie que haya podido mantenerse a esa altura por más de un rato extremadamente corto.
"Todo lo que sube tiene que bajar", me comentó un hombre sin un duro pero muy rico en todo lo demás. Bebíamos cerveza, y yo sabía que aquellos momentos no podían pagarse de ninguna manera. Ser consciente de aquello enriquecía cada segundo. Lo cierto es que la cerveza estaba caliente, pero daba igual. La cima a la que logramos llegar después de muchas horas de caminata no era tan ardiente como aquellas cervezas, pero el calor que se siente al estar en la cima supera a litros y litros de cerveza sacada del mismísimo infierno.
"Todo lo que sube tiene que bajar". No sabía si me hablaba de la bajada de la cocaína, del descenso que nos esperaba desde aquella altura o si se trataba de alguna bajada metafórica que mi mente no era capaz de descifrar. Aun así, todas aquellas bajadas acababan con el mismo sabor amargo en la lengua, entre los dientes y quemando completamente la garganta.
Cuando nos tocó bajar entendí que, teniendo en cuenta el punto al que habíamos llegado, no podríamos haber subido más, como tampoco podríamos habernos quedado bebiendo cerveza allí eternamente. Supe entonces que el resto de cosas también funcionaban así, e imaginé que la  vida era como una almohada a la que no dejamos de darle vueltas hasta encontrar el lado más frío. La vida era como una almohada caliente o como una ascensión absurda que termina estrellándote contra tu propia tumba.
Recordé el esfuerzo para subir y el éxtasis de sentirte arriba, por encima de todas las cosas, como otro punto desubicado en el cielo que observa a todos los demás puntos insignificantes que se encuentran bajo él desde la lejanía. Ningún tipo de ácido podía sostenerte en aquel lugar de esa manera. Y cuando digo ninguno es ninguno.
Hay cosas que parecen elevarnos hasta el propio cielo pero realmente no son más que un espejismo. He vivido cosas de esas, como todos, pero también he tenido algo más que eso. No hablo únicamente de una excursión con más grados quemando mi garganta que quemando la capa más superficial de mi piel. Hablo de otro tipo de quemaduras.
Recordaba su voz mejor de lo que podía recordar la mía propia. Si alguien me hubiera puesto grabaciones con distintas voces y me hicieran escoger únicamente una que quisiera guardar para siempre, inconscientemente me habría decantado por la suya. Sin dudarlo. Otro hombre que también bebía cerveza y que era mucho más que el simple ser que la gente veía me comentó un día que tenía un problema. "Estás jodido", dijo. No sabía si tomármelo muy en serio, pero no quería quedarme fuera de aquello, así que pregunté el motivo. "¿Cómo era su voz, chaval?". "Grave", contesté. "No lo suficientemente grave como para considerarse un vozarrón, pero sí algo más grave que la de cualquier otra chica que se me venga ahora mismo a la cabeza".
"Estás jodido. Esas voces son un problema". Aunque sabía que tenía razón, no pude resistirme a arquear una ceja como símbolo de interrogación muda. Bebió de su cerveza y suspiró. Ese día también bebíamos cerveza caliente. La cerveza siempre acaba ardiendo como el sol entre las manos cuando tienes demasiada y vas tomándola con calma. "Son un problema porque llenan".
Entonces llegó el momento. Cuando pensé que no podía caer más bajo de lo que ya había conseguido comprobar, un meteorito se estrelló contra mi tumba y me llevó aún más al fondo, a un lugar al que no sabía que nadie podía llegar. Allí mismo se encontraba la diferencia con todo lo demás que había podido ver o sentir hasta el momento.
Daban igual las cimas, las almohadas, el ardor de las cervezas y la falsa felicidad de los ácidos; ya solo podía recordar la voz de una chica. Y estaba claro que cualquier chica con una voz para recordar puede herirte, pero lo difícil es encontrar a aquella cuya voz te llena y te mata para siempre. Cuando llegas a ese punto de comprensión es cuando te das cuenta de que los recuerdos te apuntan con una pistola y nadie puede decirte si la bala que te arañará las entrañas será una real o una de fogueo.
Y aunque nadie te lo diga, tú sabes perfectamente qué tipo de bala va a atravesarte por completo.

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