domingo, 10 de marzo de 2013

Yesterday


"No me gustan las lagartijas". Recuerdo que dije algo así en aquel sueño, pero no logro recordar a cuento de qué.
Me levanté por la mañana con la boca hinchada y sonreí. Imaginé que alguien en la lejanía había soñado que me partía la cara, y en cierta manera había llegado a tener su efecto, por pequeño que fuese. Al principio pensé en una persona en concreto que pudiera querer hacerme algo así, pero poco a poco la lista se fue alargando. Me cansé de contar. Salté de la cama y llené un vaso de whisky. "Los escoceses saben lo que hacen", pensé. Por desgracia no podía decir lo mismo sobre mí.
Después de aquel pensamiento no recuerdo mucho más hasta el día siguiente. Lo único que puedo recordar - a la perfección, además- es aquel sueño extraño del que luché para despertarme como no he luchado en toda mi vida. El cáncer que había matado a mi padre me perseguía como una sombra, sin hacer ruido. "Voy a comerte", susurró. "No me gustan las lagartijas", le reproché. Ahora supongo que le dije eso porque el cáncer y las lagartijas son bastante similares. No es que odie a esos reptiles, simplemente no me gustan. No tiene que haber motivo alguno para que una cosa no te guste, o eso es lo que creo. A mí las lagartijas no me gustan, como a muchas otras personas.
Y al igual que las lagartijas, el cáncer es algo que tampoco suele entusiasmar a la gente.
Al despertarme mi labio estaba mejor, pero tenía unas cuantas costillas rotas. Como no recordaba absolutamente nada podía fantasear con que se habían roto porque mi corazón se había hinchado tanto que las había reventado como una piedra podría reventar una ventana. La idea era absurda y romántica, pero creo que tenía su parte de verdad. Abrí una cerveza y empecé a escribir. "Las bocas son humo / cuando el café de tus ojos me arranca el sueño". No tardé mucho en dejarlo estar.
"Es mejor que estemos así. Esto es destructivo; es mejor estar separados, mejor que estemos así". Repetí la frase una y otra vez hasta interiorizarla, hasta convencerme de que aquello estaba mejor así. Hasta creerla. Y realmente la creí, porque hay veces que dejamos de ser tan ciegos y podemos ver la verdad, aunque sea por unos segundos. ¿Recordáis aquello que os dije sobre las alturas? Da igual lo alto que alguien pueda llegar a elevarte cuando descubres que esa elevación no era más que una mentira. Y así fue. Todos la jodemos, es cierto. Pero hay veces que necesitamos joderla para ser un poco realistas y mandar bien lejos aquello que no nos deja vivir.
Lo peor de todo es levantarse una mañana y escuchar esa misma voz torturándonos y haciéndonos ver que es una pena haber vivido tanto tiempo creyendo conocer a alguien para despertarte un día y descubrir que no es más que un extraño. Con este pensamiento en la cabeza hundí la cara entre mis manos y lloré como un niño pequeño. Siempre usamos esa expresión, "llorar como un niño". Me pregunto si realmente los niños lloran más que los adultos.
Qué tontería.
"Mira a tu alrededor", dije dentro de mi propia cabeza. "Observa toda esa gente a la que has jodido y la que te ha jodido también, pero lo segundo no tiene ningún tipo de validez porque lo importante es lo que tú has hecho. Mira a tu alrededor y pregúntate de qué sirve quedarse plantado donde nadie quiere verte". Sonaba tan absurdo tanto dentro como fuera de mi mente.
"Tenemos que irnos de este lugar y de estos recuerdos para que no nos encuentren". Entonces fue cuando decidí irme a Bergen, a un lugar donde nadie me conociera, donde las casas estaban pintadas con bonitos colores y el agua reflejaba todas las cosas, excepto a uno mismo.

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