domingo, 1 de junio de 2014

XXX

"«Sí, sí -decía-, yo me lo negaba a mí mismo, pero te quería para mí; quería, allá en el fondo de mis entrañas, sin saberlo, como respiro sin pensar en ello, quería poseerte, llegar a enseñarte que el amor, nuestro amor, debía ser lo primero; que lo demás era mentira, cosa de niños, conversación inútil; que era lo único real, lo único serio el quererme, sobre todo yo a ti, y huir si hacía falta; y arrojar yo la máscara, y la ropa negra, y ser quien soy lejos de aquí, donde no lo puedo ser: sí, Anita, sí, yo era un hombre, ¿no lo sabías? ¿Por eso me engañaste? Pues mira, a tu amante puedo deshacerle de un golpe; me tiene miedo, sábelo, hasta cuando le miro; si me viera en despoblado, solos frente a frente, escaparía de mí… Yo soy tu esposo; me lo has prometido de cien maneras; tu don Víctor no es nadie; mírale como no se queja: yo soy tu dueño, tú me lo juraste a tu modo; mandaba en tu alma, que es lo principal; toda eres mía, sobre todo porque te quiero como tu miserable vetustense y el aragonés no te pueden querer. ¿Qué saben ellos, Anita, de estas cosas que sabemos tú y yo…? Sí, tú las sabías también… y las olvidaste… por un cacho de carne fofa, relamida por todas las mujeres malas del pueblo... Besas la carne de la orgía, los labios que pasaron por todas las pústulas del adulterio, por todas las heridas del estupro, por…»
Y don Fermín rasgó también esta carta, y en mil pedazos más que todas las otras."

La Regenta
(Leopoldo Alas, "Clarín")

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