"Ares el dios traficante de cadáveres,
sosteniendo la balanza en medio del combate,
desde Troya envía a los deudos
un polvo pesado, calcinado, de difícil llanto,
llenando urnas bien dispuestas
con ceniza a precio de hombre.
Con elogios lamentan a un hombre,
como hábil combatiente,
o caído en gloriosa muerte
"por causa de una mujer ajena".
Estos ladridos se silencian,
y un rencoroso dolor serpea
a los pies de los justicieros Atridas.
Otros allí mismo, en torno a los muros de Troya,
ocupan su propia tumba.
Si tienen, tierra enemiga los cubrió.
Pesado rumor de ciudadanos acompañado de odio;
salda la deuda de la maldición ratificada por el pueblo.
Y a mí me aguarda el desasosiego
de escuchar algo que la noche oculta.
Pues no desatienden los dioses
a los criminales.
Con el tiempo las lóbregas Furias
le ensombrecen la vida
al injustamente afortunado
con una ruina que revierte su fortuna,
y estando entre los invisibles
no hay coraje que le valga.
Pesa el tener gloria arrogante:
sus casas alcanza el rayo de Zeus.
Una dicha carente de envidia distingo:
ni sea yo destructor de ciudades,
ni tampoco vea mi vida prisionera de otros."
Fragmento de la obra Agamenón, de Esquilo, traducido por Gabriel Almirante
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