escrita en este folio de tu cuerpo
te has arrancado de mí y me has bebido
- flor de sangre toda-, para pronunciarte en nombre
rasgadas al fin tus vestiduras,
escribes jirones de versos en mi carne
y en el dolor que me das para que sea
te pronuncio:
antimateria; así te llamo,
y me regalas estas manos vacías
y un verbo
un verbo solo donde sobrevivir al nombre de esta ausencia
cuando todo lo demás ya
es silencio
espejo donde no estás para encontrarme,
tú,
que no eres nadie aunque te desgarras en mí y soy materia
sigues tan entera en ti
ahora desmembrada, cuerpo
cálido y abierto para un deseo
callado de sangre nueva,
como un silencio de pieles sin tacto
que se desnuda de ti;
tú,
aire del labio en carne florecida,
sobrevivida en sombra, me has reducido
a mí misma -a una nada en otra nada
arrodillada ante una nada
más profunda-
escrita aquí, palabra sola,
te bebo y te arranco de mí
-flor mía de mi sangre-, para pronunciar mi nombre
y ser
- verbalizada, al fin-
en mi propia carne
martes, 27 de mayo de 2014
domingo, 25 de mayo de 2014
0.55
ahora que hemos desenterrado los huesos del sol
ahora
que el beso de la sangre se ha oxidado en el tiempo
¿qué queda ahora astralmente perpetuo
en el preludio carnal de la palabra?
silencio
solo
silencio
ahora
que el beso de la sangre se ha oxidado en el tiempo
¿qué queda ahora astralmente perpetuo
en el preludio carnal de la palabra?
silencio
solo
silencio
viernes, 23 de mayo de 2014
0.45
alguien besará este cuerpo de sombra
hecho para la luz
desnudo para el sí
abierto de carne y sangre
para la continuidad de los silencios o
para el camino en el que hallar otro útero donde nacer
y salvarnos
hecho para la luz
desnudo para el sí
abierto de carne y sangre
para la continuidad de los silencios o
para el camino en el que hallar otro útero donde nacer
y salvarnos
domingo, 11 de mayo de 2014
I love you so much that it hurts my head...
Al abrazar su cuerpo por primera vez sentí todos los cielos en uno solo, uno palpitante y cálido, suave y acogedor como un hogar. Permanecí atrapada en ese templo durante un rato que pareció una vida; fui cariátide para sostenerla y, en cierto modo, para sostenerme también a mí.
Allí alzamos nuestra eternidad. Allí nuestros cuerpos dejaron de ser mármol pulido para ser carne moldeada al hueso, arteria y vena meciendo suavemente la sangre de un único latido; trascendencia sobre toda materia.
Allí nací por primera vez. Había creído llevar muerta todo aquel tiempo, y lo que nunca había sabido ver era que yo jamás había vivido. ¿Quién, entonces, podría arrancarme de aquella nueva mortalidad? Las ausencias más breves entumecían mis músculos y los helaba en piedra si no la sentía, si no podía abrir con mis dedos el amanecer de sus labios. No, no había carros dorados ni caballos desbocados en aquel acto sagrado de realidad recién florecida; sus rosados labios eran la única puerta del alba para mí.
En ocasiones la quise alcanzar. Quise arder en sus llamas y cuanto más me quemaba más ansiaba arder en aquella vida única y real que su abrazo me había proporcionado. Solo podía desear vernos en el centro de la llamarada, porque, ¿qué es el amor sino fuego en el alma y en la vida infierno, como decía aquel poeta barroco condenado a la dramaturgia?
Todavía hoy cuando la veo desnuda, en alma viva, mi propia alma tiembla y se serena embriagada de sensaciones que se entrelazan y besan como los dedos y la piel en el roce de una caricia. Esos momentos son una condena apacible, una cadena que cualquiera se ataría alrededor del cuello con tal de no alejarse demasiados centímetros de su suspiro y de la calidez que desprende el aire que la pasa de largo, incapaz de contenerla en su ingrávido aliento.
Aún hay veces que el miedo del interrogante se planta ante mí, como un verdugo afilando sus armas en mi espalda. El interrogante, sin rostro, siempre vocifera su misma pregunta a través de mis labios; si la perdiera -y pongo en lo cierto que he imaginado esta situación miles de veces-, ¿dónde podría esconderme? ¿Dónde, cuando el peso de un mundo entero no encontraría barreras en unos hombros desvalidos, ensombrecidos sin la caricia de esa mano?
No habría vida para esta muerte en ningún rincón de la noche.
Pero no. No hay noche en el refugio de esta llama; de nuevo el interrogante se desvanece.
El beso de su llamada sigue despuntándome el alma.
Allí alzamos nuestra eternidad. Allí nuestros cuerpos dejaron de ser mármol pulido para ser carne moldeada al hueso, arteria y vena meciendo suavemente la sangre de un único latido; trascendencia sobre toda materia.
Allí nací por primera vez. Había creído llevar muerta todo aquel tiempo, y lo que nunca había sabido ver era que yo jamás había vivido. ¿Quién, entonces, podría arrancarme de aquella nueva mortalidad? Las ausencias más breves entumecían mis músculos y los helaba en piedra si no la sentía, si no podía abrir con mis dedos el amanecer de sus labios. No, no había carros dorados ni caballos desbocados en aquel acto sagrado de realidad recién florecida; sus rosados labios eran la única puerta del alba para mí.
En ocasiones la quise alcanzar. Quise arder en sus llamas y cuanto más me quemaba más ansiaba arder en aquella vida única y real que su abrazo me había proporcionado. Solo podía desear vernos en el centro de la llamarada, porque, ¿qué es el amor sino fuego en el alma y en la vida infierno, como decía aquel poeta barroco condenado a la dramaturgia?
Todavía hoy cuando la veo desnuda, en alma viva, mi propia alma tiembla y se serena embriagada de sensaciones que se entrelazan y besan como los dedos y la piel en el roce de una caricia. Esos momentos son una condena apacible, una cadena que cualquiera se ataría alrededor del cuello con tal de no alejarse demasiados centímetros de su suspiro y de la calidez que desprende el aire que la pasa de largo, incapaz de contenerla en su ingrávido aliento.
Aún hay veces que el miedo del interrogante se planta ante mí, como un verdugo afilando sus armas en mi espalda. El interrogante, sin rostro, siempre vocifera su misma pregunta a través de mis labios; si la perdiera -y pongo en lo cierto que he imaginado esta situación miles de veces-, ¿dónde podría esconderme? ¿Dónde, cuando el peso de un mundo entero no encontraría barreras en unos hombros desvalidos, ensombrecidos sin la caricia de esa mano?
No habría vida para esta muerte en ningún rincón de la noche.
Pero no. No hay noche en el refugio de esta llama; de nuevo el interrogante se desvanece.
El beso de su llamada sigue despuntándome el alma.
martes, 6 de mayo de 2014
22.22
mi identidad
-sin nombre ni rostro que verbalizar
o ser recordado-
en este espejo de ojos
parece saberse viva
quizá sea en mi lengua
en esta lengua tan mía que desconozco
y que me define o garabatea
quizá en ella, viciosa absurda,
ramera desconocida sin ropas cuando se le antoja
quizá en ella pueda esconderme
y abrazar mi cuerpo antiguo que tiembla
desnudo, sin piedad
sin nombre ni identidad posible
-sin nombre ni rostro que verbalizar
o ser recordado-
en este espejo de ojos
parece saberse viva
quizá sea en mi lengua
en esta lengua tan mía que desconozco
y que me define o garabatea
quizá en ella, viciosa absurda,
ramera desconocida sin ropas cuando se le antoja
quizá en ella pueda esconderme
y abrazar mi cuerpo antiguo que tiembla
desnudo, sin piedad
sin nombre ni identidad posible
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