jueves, 31 de marzo de 2011

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- Pisaría esta tierra de ahora tantos años como los que me tiene reservados la vida incierta.
- ¿Por qué?
- Por la paz, por el aroma, por el canto incesante de las aves y del viento. Por el brillo que nunca conocí de las estrellas. Por la irregular armonía, e incluso por todas esas cosas que mis ojos no ven, pero que mi alma siente con fuerza.
- Tienes muchos motivos. Debes conocer perfectamente este suelo que pisas.
- No. Acabo de pisarlo por primera vez, y sé que, aunque no lo quiera, ya estoy dejando de pisarlo.
- Eso no puede ser; lo estás haciendo.
- Lo estoy haciendo y ya lo he hecho, querido amigo. Ya lo he hecho.

miércoles, 30 de marzo de 2011

Recuerdos de abril o mayo.

"Todos lo hacen
y no pasa nada",
me dijo.
"Tú no eres todos",
pensaba entonces.
Pero qué equivocados
estábamos aquellos días.
Irracional esperanza,
siempre buscando excusas
donde no las hay.

Después de aquella vez,
y pasado ya algún tiempo,
entendí
que la estupidez adolescente
es como un herida
profunda en la rodilla
(puede dejarte cojo
si no la curas a tiempo).
Por su parte, aquella herida
era demasiado profunda
para conseguir sanarse.
Yo intenté curarla
cientos de veces,
miles de veces,
pero la medicina no está hecha
para estudiantes de letras.

Aquella primera vez
cayó junto a las lluvias
de abril o mayo.
Por aquel entonces
yo aún creía en las personas
con fuerza,
como quien pide cada noche
misericordia a su Dios,
y lo hace ciegamente.
Así creía yo,
tan terriblemente ciega.

"Esta vez es la última",
me prometió unas 300 veces.
No hubo una 301
para ninguno de los dos.
Sólo hubo un patético títere
sentado en una silla,
buscando restos de cocaína
en su carnet de identidad.


Al tiempo, nos encontramos
de nuevo, como dos extraños
a los que les cuesta reconocerse.
A él le costó mucho más que a mí,
imagino,
por todo eso
de su drogadicta ceguedad.
Parecía que todo se había quedado
helado con aquellas lluvias
de abril o mayo.

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Cruzar las nubes
qué sueño
tan lejano,
antes.
Qué realidad
tan efímera,
ahora.

sábado, 19 de marzo de 2011

La flor y el puñal.

Entonces, en el vacío colgado en horas muertas y bajo esa "nada" que tanto pesa, llegó el puñal. Ese puñal clavado por quien tanto juró no clavarlo jamás, bajo ninguna circunstancia.
Precisamente por ese motivo, la herida era más profunda que cien puñaladas sin rostro ni manos. Era una herida real, de esas que se abren lentamente, como una flor.

miércoles, 16 de marzo de 2011

Égloga I

Parte de Nemoroso

Corrientes aguas puras, cristalinas,
árboles que os estáis mirando en ellas,
verde prado de fresca sombra lleno,
aves que aquí sembráis vuestras querellas,
hiedra que por los árboles caminas,
torciendo el paso por su verde seno:
yo me vi tan ajeno
del grave mal que siento
que de puro contento
con vuestra soledad me recreaba,
donde con dulce sueño reposaba,
o con el pensamiento discurría
por donde no hallaba
sino memorias llenas de alegría;

y en este mismo valle, donde agora
me entristezco y me canso en el reposo,
estuve ya contento y descansado.
¡ Oh bien caduco, vano y presuroso!
Acuérdome, durmiendo aquí algún hora,
que, despertando, a Elisa vi a mi lado.
¡Oh miserable hado!
¡Oh tela delicada,
antes de tiempo dada
a los agudos filos de la muerte!
Más convenible fuera aquesta suerte
a los cansados años de mi vida,
que es más que el hierro fuerte,
pues no la ha quebrantado tu partida.

¿Dó están agora aquellos claros ojos
que llevaban tras sí, como colgada,
mi alma, doquier que ellos se volvían?
¿Dó está la blanca mano delicada,
llena de vencimientos y despojos
que de mí mis sentidos le ofrecían?
Los cabellos que vían
con gran desprecio al oro
como a menor tesoro
¿adónde están, adónde el blanco pecho?
¿Dó la columna que’l dorado techo
con proporción graciosa sostenía?
Aquesto todo agora ya s’encierra,
por desventura mía,
en la escura, desierta y dura tierra.

¿Quién me dijera, Elisa, vida mía,
cuando en aqueste valle al fresco viento
andábamos cogiendo tiernas flores,
que había de ver, con largo apartamiento,
venir el triste y solitario día
que diese amargo fin a mis amores?
El cielo en mis dolores
cargó la mano tanto
que a sempiterno llanto
y a triste soledad me ha condenado;
y lo que siento más es verme atado
a la pesada vida y enojosa,
solo, desamparado,
ciego, sin lumbre en cárcel tenebrosa.

Después que nos dejaste, nunca pace
en hartura el ganado ya, ni acude
el campo al labrador con mano llena;
no hay bien que en mal no se convierta y mude.
La mala hierba al trigo ahoga, y nace
en lugar suyo la infelice avena;
la tierra, que de buena
gana nos producía
flores con que solía
quitar en solo vellas mil enojos,
produce agora en cambio estos abrojos,
ya de rigor d’espinas intratable.
Yo hago con mis ojos
crecer, lloviendo, el fruto miserable.

Como al partir del sol la sombra crece,
y en cayendo su rayo, se levanta
la negra escuridad que el mundo cubre,
de do viene el temor que nos espanta
y la medrosa forma en que se ofrece
aquella que la noche nos encubre
hasta que el sol descubre
su luz pura y hermosa:
tal es la tenebrosa
noche de tu partir en que he quedado
de sombra y de temor atormentado,
hasta que muerte el tiempo determine
que a ver el deseado
sol de tu clara vista me encamine.

Cual suele el ruiseñor con triste canto
quejarse, entre las hojas escondido,
del duro labrador que cautamente
le despojó su caro y dulce nido
de los tiernos hijuelos entretanto
que del amado ramo estaba ausente,
y aquel dolor que siente,
con diferencia tanta
por la dulce garganta
despide que a su canto el aire suena,
y la callada noche no refrena
su lamentable oficio y sus querellas,
trayendo de su pena
el cielo por testigo y las estrellas:

desta manera suelto yo la rienda
a mi dolor y ansí me quejo en vano
de la dureza de la muerte airada;
ella en mi corazón metió la mano
y de allí me llevó mi dulce prenda,
que aquél era su nido y su morada.
¡Ay, muerte arrebatada,
por ti me estoy quejando
al cielo y enojando
con importuno llanto al mundo todo!
El desigual dolor no sufre modo;
no me podrán quitar el dolorido
sentir si ya del todo
primero no me quitan el sentido.

Tengo una parte aquí de tus cabellos,
Elisa, envueltos en un blanco paño,
que nunca de mi seno se me apartan;
descójolos, y de un dolor tamaño
enternecer me siento que sobre ellos
nunca mis ojos de llorar se hartan.
Sin que de allí se partan,
con sospiros callientes,
más que la llama ardientes,
los enjugo del llanto, y de consuno
casi los paso y cuento uno a uno;
juntándolos, con un cordón los ato.
Tras esto el importuno
dolor me deja descansar un rato.

Mas luego a la memoria se me ofrece
aquella noche tenebrosa, escura,
que siempre aflige esta anima mezquina
con la memoria de mi desventura:
verte presente agora me parece
en aquel duro trance de Lucina;
y aquella voz divina,
con cuyo son y acentos
a los airados vientos
pudieran amansar, que agora es muda,
me parece que oigo, que a la cruda,
inexorable diosa demandabas
en aquel paso ayuda;
y tú, rústica diosa, ¿dónde estabas?

¿Íbate tanto en perseguir las fieras?
¿Íbate tanto en un pastor dormido?
¿Cosa pudo bastar a tal crüeza
que, comovida a compasión, oído
a los votos y lágrimas no dieras,
por no ver hecha tierra tal belleza,
o no ver la tristeza
en que tu Nemoroso
queda, que su reposo
era seguir tu oficio, persiguiendo
las fieras por los montes y ofreciendo
a tus sagradas aras los despojos?
¡Y tú, ingrata, riendo
dejas morir mi bien ante mis ojos!

Divina Elisa, pues agora el cielo
con inmortales pies pisas y mides,
y su mudanza ves, estando queda,
¿por qué de mí te olvidas y no pides
que se apresure el tiempo en que este velo
rompa del cuerpo y yerme libre pueda,
y en la tercera rueda,
contigo mano a mano,
busquemos otro llano,
busquemos otros montes y otros ríos,
otros valles floridos y sombríos
donde descanse y siempre pueda verte
ante los ojos míos,
sin miedo y sobresalto de perderte?



Garcilaso de la Vega

sábado, 12 de marzo de 2011

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Otra vez yo.
Cuánto me he echado de menos.

Sólo me he ausentado
unos años.
Después de divagar terriblemente
en el peso del espacio
y en su respectivo vacío,
me doy cuenta
de que aquí dentro
alguien ha removido algo.
Quizá esa pequeña manilla del reloj
que lo adelanta o lo atrasa todo.
Y yo sólo me había ausentado
unos años.

Otra vez yo,
pero qué diferente, de nuevo.
Nunca debí ausentarme
de todo aquello que ya estaba perdido.

Yo. Tan egoísta como siempre,
y siempre pensando en todo
menos en mí.
Yo. ¡Yo!
Sin máscara ni engaño en este baile.
¿No lo ves?
He vuelto para quedarme
y para llorar por todo aquello
que ya estaba perdido.

Ausencia.

¿Dónde está lo que me han quitado?
¿Dónde está? ¡Ay...!
¡Que me lo devuelvan...!

jueves, 10 de marzo de 2011

Réquiem.

Qué raro es
cuando alguien se va.
Qué raro cuando, a la vez,
se queda,
pero parece querer irse
poco a poco
del recuerdo.
Ese vacío...

La partida es siempre
un pedazo de corazón
arrancado
que intenta regenerarse
pero que nunca consigue
hacerlo plenamente.
La partida es siempre
la peor parte, o eso dicen,
por la angustia y el dolor
de esa pérdida desgarrada.
Pero lo peor es el recuerdo
pegado a los pasos
como una sombra
que se desvanece.
Lo más doloroso
es el día a día
y esa ausencia;
la injusticia
de no poder evitar
que el tiempo,
ejerciendo su peso
de juez impasible,
te vaya difuminando
de la memoria.

Estabas.
Desapareciste
lentamente
de todo lo que tanto
te costó conseguir.
Te marchaste de tus promesas,
de tus palabras, de tu sonrisa,
de todo aquello
que ya no tiene dueño.
Lo poco que quedó de ese ayer,
fue tristemente sepultado
bajo la torpeza de la memoria.


Hoy por hoy, los días pasan
y arañan el pasado.
Todo es igual y diferente a la vez.
Tu ausencia ya no es tan dura;
quizá sí lo sea el corazón.
Parece ser que todo ese dolor
es ahora como llovizna
en la tarde clara.

Silencio,
nada más.
Eso es lo que queda ahora
en la tarde clara.


Requiem aeternam dona eis, Domine,
et lux perpetua luceat eis.





Obra: "Réquiem", Ignacio Hábrika.
Texto: Judith Lázaro.

miércoles, 9 de marzo de 2011

El abismo.

Superadas tantas grietas
y tantos abismos
de malos sueños,
sólo queda avanzar;
caminar sin rumbo
pero sin pérdida
por este camino.

El final
por todos es conocido.
Pero en este efímero pasaje,
lo que más conocemos
es lo de menos.
Lo importante
es ese extraño trayecto
por el que andamos
sin darnos cuenta.
Lo que importa
es vivirlo, disfrutarlo,
hacerlo único
y llegar ansiando el reposo
a nuestro calmado destino.

Recordad:
vencimos al pasado,
superamos el día a día
y eso nos hizo grandes.

Ahora, recordad:
no existen remordimientos
ni vuelta atrás
en este viaje.
Sólo queda avanzar
por el nuevo camino
que se abre ante nosotros.





Obra: "El abismo", Ignacio Hábrika.
Texto: Judith Lázaro.

martes, 8 de marzo de 2011

Romance del blanco clavel.

Un blanco clavel manchado
llevo yo dentro del pecho,
un rojo clavel de sangre
desde que te vi, lo llevo.
Y lo arranqué de la noche
para ponerlo en tu pelo,
y lo arranqué de la noche
mojada de frío espejo.
Un blanco clavel llevaba
para ponerlo en tu pelo.
Desde que te fuiste entonces,
desde entonces, yo lo llevo.
Y el corazoncito herido
lo he dejado yo en tu pecho...









Por cierto, felicidades a todas las mujeres. Un clavel para cada una de vosotras :)

viernes, 4 de marzo de 2011

Querer morir

"Me preguntas pero casi nunca puedo recordar.
Yo camino con mi ropa, impoluta de ese viaje.
Luego, el deseo casi innombrable vuelve.

Incluso entonces nada tengo contra esta vida.
Conozco bien las briznas de hierba que mencionas,
los muebles que has puesto bajo el sol.

Pero los suicidas tienen un lenguaje especial.
Como carpinteros, quieren conocer con qué herramientas.
No preguntarán por qué construir.

Me he afirmado dos veces con facilidad,
he poseído al enemigo, he comido al enemigo,
he aprendido su arte y magia.

De esta forma, densa y reflexiva,
más caliente que el aceite o el agua,
he descansado, baboseando por la boca de la máscara.

No pensaba en mi cuerpo ante la aguja.
Incluso había olvidado la córnea y aquellos restos de orina.
Los suicidas ya han traicionado al cuerpo.

Nacidos muertos, no se matan siempre,
pero deslumbrados, no olvidan una droga dulce,
tan dulce que hasta los chiquillos mirarían y sonreirían.

¡Toda esa vida escondida en tu lengua! -
eso, se convierte en pasión.
La muerte es un triste hueso; magullado, me diríais

y, no obstante, ella me espera, año a año,
para deshacer con sutileza una vieja herida,
para extraer mi aliento de su horrible cárcel.

Allí, en equilibrio, los suicidas se encuentran,
arrasando fruta, una luna hinchada,
dejando el pan que equivocaron por un beso,

dejando abierto el libro por descuido,
algo no hablado, el teléfono descolgado
y el amor, no importa lo que fuera, una infección."


Querer morir, Anne Sexton.




Tenía una explosión de volcanes en la cabeza, pero a pesar de ello, encontré alguna excusa para hablar con él. Siempre la encuentro, y eso le preocupa. Soy una consentida, es cierto... pero sabe de sobras que le necesito.
Aunque se niegue a aceptarlo, es un bálsamo para mí. Siempre se negará a aceptar esa realidad y lo tengo más que asumido, pero no me importa demasiado. Sé que lo sabe, y con eso me conformo.

Ayer charlábamos de poesía para no variar. Somos dos opuestos: él tan contemporáneo y yo tan sumamente clásica. A pesar de tener gustos que divergen bastante, nos gusta encontrar puntos en común entre los dos.
Parece ser que ayer era el día para encontrar uno de esos puntos.

Me comenta que su hermana le ha regalado un libro de poemas de una tal Anne Sexton. Francamente, ese nombre no me sonaba demasiado. Quizá de haber pasado por encima suyo sin prestarle demasiada atención, o de algún comentario suspendido en el aire. No lo sé. Pero que él lo comente despierta mi interés; siempre que me comenta algo con esa risilla de fondo, vale la pena.

Me pasa una fotografía de la tal Anne. En un principio, sonrío y le digo que me recuerda vagamente a la agente Dana Scully (supongo que por esa mirada tan intensa y clara). Miro la fotografía una vez más, y le comento la intensidad y la fuerza que desprenden esos ojos. Él sabe que esos pequeños detalles son importantes para mí, y automáticamente me recuerda que mis primeras lecturas de Alejandra Pizarnik (una de mis favoritas) empezaron a raíz de contemplar esa mirada suya tan indescriptible.
Es cierto que te puedes llevar decepciones dejándote guiar por esas cosas. Aunque de momento, a mí no me ha pasado nunca.

Le pido que me lea algo y empieza a buscar un poema que ha señalado como bueno. "Querer morir", se titulaba. Lo lee y le pido que lo vuelva a leer. Hace una lectura pausada, detallada, bien entonada. Sabe leer poesía y le gusta hacerlo.
Por mi parte, quedo embelesada con el poema de Anne.

Busco alguna versión por internet y me llevo varias decepciones. Ninguna de ellas coincide con la que él me había leído, y la verdad es que todas son bastante malas.
Parece que los traductores querían imponer su fuerza entre las líneas de Anne.
Traducir poesía no consiste en eso. Una buena traducción es aquella que respeta le esencia del poema. Cierto es que para traducirlo, debes hacer ese poema "tuyo" y tienes que "reescribirlo". Pero no de esa manera tan salvaje; se trata de reescribirlo, no de destrozarlo.

Ahora, con el vacío de su voz silenciada, he vuelto a buscar la versión que ayer me leyó. Por suerte, la he encontrado, y he recordado esa fuerza que tanto me había impactado.
Esa fuerza entre las líneas de su mirada.

jueves, 3 de marzo de 2011

Lluvia.

He subido a la terraza a tomar un café.
Llueve.
Es extrañamente placentero subir, sentir el frío y el agua infiltrándose y llegando hasta la última de tus células, y contrarrestarlo con un café caliente y buena música. Al llegar, me he perdido en la derramada oscuridad de la noche, he observado el caído telón del cielo y he colocado únicamente un casco en mi oreja. Sí, así es. He decidido restarle algo de protagonismo a la canción “Overnight” (un solo de piano impresionantemente relajante, tímido y atrevido a la vez) para atribuírselo al sonido de la lluvia cayendo sobre los tejados. Se podría decir que las gotas y la suavidad del piano se fundían en un único sonido, perfecto y armonioso.

Puede haber gente que piense “vaya, qué chica más extraña, con el frío que hace no tiene otra cosa que hacer que subir a la terraza a tomar un café.”
Con lo bien que estamos en casa... ¿verdad?
Bueno. Esto es simplemente una de esas pinceladas que hacen de la vida algo maravilloso. Quien lo entienda, bienvenido sea. Quien no, también.
Pero es una lástima no apreciar la grandeza de los pequeños detalles.

Nutria.

Una nutria
resbala
por la nieve
de la memoria,
avanzando
con un deslizamiento
frío,
de recuerdo
descolocado.

Se zambulle
en el agua helada
del ayer.
A pesar
del gélido suspiro,
arde
el corazón
con la nostalgia.

Una nutria
vuelve a resbalar
por la nieve.
Todo resbala
en este sereno paraje.
Todo llega
y todo pasa,
con un deslizamiento
frío,
de recuerdo
descolocado.

miércoles, 2 de marzo de 2011

Texto de verano del 2008.

El tiempo había dejado de transcurrir unos instantes. Hacía tanto que había empezado a correr que ni se acordaba. No sentía las piernas, respiraba con fuerza; quería seguir. O tal vez no, la verdad es que no estaba muy seguro de ello. Su respiración empezaba a frenarse, la pesadez de todo su cuerpo le atraía cada vez más hacia el suelo. Se dejó caer. Su cuerpo ya no existía, al menos él lo sentía así. La arena de la playa era fría, húmeda. Movió un poco la mejilla, y notó el final de una ola mojándole la cara con suavidad... el olor a sal, la tranquilidad de la situación, todo en conjunto creaba una sensación de paz en su interior.
Mantenía los ojos cerrados, dejándose llevar. Parecía que su corazón se abría a cada latido... abrió los ojos, y un flash acudió a su mente.
Su corazón ya no podía abrirse, ni cerrarse, ni nada.
La última ola que le había rozado se había llevado su corazón con ella, hacia algún lugar desconocido.

martes, 1 de marzo de 2011

Soledad y multitud.

Caigo entre la gente
como una gota de agua,
con suavidad etérea.
Me deslizo
como una pluma
en el aire.
Así caigo.
Ellos no lo notan,
pero estoy ahí.
Me despiertan con el telón
de sus noches
y con sus gritos
de alcohol derramado.
Todos están perdidos
en un sinsentido
de palabras y silencios.
Así creen vivir.
Mientras, muero
absorto
en miradas vacías
y afonías de cien ojos.
Y aunque ellos no lo notan,
sigo ahí.
Desaparezco,
y por sus escaleras
llego al centro más blanco
de mi soledad.
Siguen sin notarlo,
pero estoy aquí.
Solo
entre la multitud.





Obra: "Soledad y multitud", Ignacio Hábrika.
Texto: Judith Lázaro.