Arañando la corteza
llega el duro tacto de la máscara.
El tejido y el hueso
tropiezan como un latido,
pero el eco siempre
es una gran mordaza de venas abiertas.
Después,
la médula de la noche
como un cobijo de ojos cristalinos;
y la pena y el espanto
son el cuchillo de la luna degollada.
Después,
la vértebra de la mañana
descolocando las noches.
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