martes, 19 de noviembre de 2013
Q/T
"Llegó cuando la luna, rojiza, se colgaba por el poniente.
Entró en la cueva sin ser sentido por los cuatro tamemes del séquito, los que habían hecho la serpiente y que estaban adorándola.
Acababan de sacrificar una paloma cuya sangre chisporroteaba aún en las brasas, junto con el copal. Un humo denso y perfumado invadía la cueva hasta emborrachar los sentidos. Estaban sentados y se movían rítmicamente, mientras se pinchaban las orejas para sangrarse y se pasaban cuerdas por la lengua. Las luces de las brasas hacían rojo el ambiente. La serpiente parecía moverse. Cantaban algo en común, en bajo susurro. Habíanle puesto ojos de obsidiana a la serpiente, que parecía mirar a todos. Los ojos brillaban como propios, como vivos.
Acatl no pudo separar los suyos de la serpiente. El humo del copal y el color de la sangre quemada inundaron sus sentidos. El ritmo del canto se le empezó también a pegar en el cuerpo y se postró. Empezó también a murmurar su intención.
Los tamemes lo vieron un gran rato, sin dejar de hacer lo que hacían. Acatl extendió sus manos y le pasaron agujas y cuerdas con las que también se torturó.
—En verdad es el gemelo precioso —susurró Acatl—. Él nos unirá a todos. Él dará fuerza a Quetzalcóatl para que a todos nos haga fuertes y puros. Es su imagen, es como el eco de su madre, la que lo buscó desde los cielos cuando yo lo buscaba en la tierra y en el mar.
—¡Sí! —dijeron los tamemes—. ¡Esta es la imagen que entendemos! ¡La otra está desnuda y seca! Es un árbol seco y triste, no tiene colores y a nada se parece. ¡Esta es la imagen gemela de Quetzalcóatl! Lo que él quiere y no lo sabe; lo que sabrá cuando se le quite la niebla de su mente; cuando recuerde su mundo y su origen."
Quetzalcóatl
(José López-Portillo)
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