martes, 26 de abril de 2016

21.27

Me llamabas con el nombre que me pusiste y nadie contestaba; cerrados los campos y envueltos alrededor de sí mismos como una madeja de lana. Sonó tu voz una vez, y otra. Quizá otra más. Nadie allí para contestar; allí, nadie, nadie.
Parecías sonarme desde dentro: "escucha", dijiste una vez. Vinieron después otras palabras y, tras ellas, volvió a vibrar en la punta de los dedos la llamada profunda para el abismo: "cuando el agua caiga sobre el cristal, ¿dónde empezar o terminarse?"; susurro del viento en su tropezarse con los límites de la carne. "Escucha", de nuevo, pero todavía como la primera vez; "escucha. Salta".
Y deseando entonces que mi sangre hiciera al Dios aparecerse, llegó la nada.

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