bajo la redondez del sueño;
cómo los pájaros de las manos,
siempre incendiados, siempre
amaneciendo,
abrieron la sangre de un cuerpo
en inmenso latido
de los que no supe la medida, en los que
la harmonía del rostro vislumbraba el eje,
borde de la sed, esquina sin ángulo
sobre los que la noche encontraba su centro,
los cuerpos
allí,
las carnes abiertas en flor
y los pétalos de las venas
regando de sangre la noche
para hacerla una sola, para
incendiar el amanecer en los bordes
de un corazón abierto
pero no lo suficiente,
nunca;
no lo suficiente
para darlo todo en su apertura
para darlo todo
por mí
por ello
ten todo mi oxígeno
y que las llamas comiencen
allí,
en los cuerpos
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