martes, 3 de mayo de 2016

1.12 [volver]


Tú, que me llamas niña porque sabes esos brazos finísimos que se esconden bajo la aspereza de lo visible, me preguntas el espacio que hay entre sombra y sombra cuando la puerta termina de cerrarse. Un sonido seco; silencio, y el quizá, que no puede contenerse en sus formas, cambiando de silueta en su tumbarse bajo el sol del tiempo: ahora pájaro, ahora línea blanca y viscosa entre las piernas en parto de la tarde, ahora un haberse nacido así, sin razón alguna. Todo, en fin, siempre calcinado.
Pero yo estoy ahora sobre las nubes y siento, a través de ellas, algo que me traspasa la espalda, como la intuición de saberse aquí aunque aquí se esté durante solo un instante; qué visión la de quererse muerto en el cielo cuando en los oídos el canto inmenso de la tierra solo. Y tú, que eres tierra también, me llamas desde abajo con los brazos de un bosque aferrado a eso que tú eres y me dices: "niña, háblame de ese espacio...", como si yo conociera otro espacio que este que siquiera habito ya.
"Niña", me dices, pero no escucho. Ahora que me veo en este otro teatro y repaso una y otra vez las vigas y su carcoma para terminar, como siempre, acariciando con la retina la madera helada del escenario, pienso en todas esas pequeñas escenas y esas mujeres suyas que tanta gracia te hacen. Yo me las imagino allí, muy vivas y con la piel radiante, extremadamente blanca, cantando sus sinsentidos como si a alguien le pudiera importar su latidillo de tinta lo más mínimo. Las veo, de verdad que lo hago, y desde su forma que no es forma me dicen siempre lo mismo:

MUJER VESTIDA. Pero tú estabas hermosa cuando me querías; tu pelo y tu cuello me cantaban en la boca como una fuentecilla fresca (Incrédula.) Ahora pareces un ramillete de flores secas.
MÁSCARA ROJA (Irritada). Tengo la cintura dura como el tallo vivísimo de cien rosales ardiendo en la madrugada.
MUJER VESTIDA. Cállate. Esa cintura en la que cuelgas a cualquiera ya no parece más que una luna menguada en el centro negrísimo de la noche. Pero cuando me querías...
MÁSCARA ROJA (Impaciente). Habla.
MUJER VESTIDA. Cuando me querías eras la más hermosa. Ahora no te me pareces tú misma.
MÁSCARA ROJA. ¿Y qué me pareces tú a mí? Miro tus ojos como si fueran dos muertes pequeñitas y no es suficiente; no puede serlo. Esos dos ojos tuyos como dos puntos, donde si solo hubiera un tercero podrías quizá suspenderme en el aire. ¡El aire! (Pausa.) Pero tú estás lejos ya de todo lo que se tumba en los huecos y se deja colgar de las ramas. ¿Qué me pareces ahora? Ni siquiera respiro (Absorta.) Y antes yo respiraba de tu boca como si fuera un pulmón de flores abiertas, como si me ahogaras en un monte de árboles verdísimos y chorreantes de resina, llenándome la lengua de ti y de todas las espadas afiladísimas de tu bosque entero. Y me movía tu pelo inmenso como me sacuden las aguas, como si toda tu cabellera se desplegara en olas, y olas, y más olas, sin orilla en la que dejar cerrarse mi carne en la corriente oscura de tu aliento.
MUJER VESTIDA. ¿Qué, entonces?
MÁSCARA ROJA (En voz baja). Dejaste de quererme. Como quien olvida de repente la mañana cuando se despierta, sonámbulo de mares de cien lunas. Simple y redondo como una piedrecita.
MUJER VESTIDA (Con rabia). ¡Dejar de quererte! Me he echado sal en los ojos para no ver arder deseos nuevos en los tuyos; me he llenado la boca de piedras para no hablar, porque si hablara; si solo hablara. Abriría mi boca y me cabría en ella toda esta ciudad entera. Si mi boca se abriera no sé ya cuántas bocas harían falta para callarme. ¿Y qué? ¿De qué me ha servido? (Pausa.) Para hacer duro mi silencio y clavármelo en el paladar y en la lengua, nada más. Para dos filos me ha servido este silencio; arriba y abajo, como un infierno derramando sus llamas de sangre en una tierra en la que nada puede crecer.
MÁSCARA ROJA (Dándole la espalda). Tus palabras son solo palabras que no pueden ser más.
MUJER VESTIDA (Irritada). Que mi carne puede hablar más que mi boca ya lo sabes.
MÁSCARA ROJA (Volviéndose, con energía). Cállate.
MUJER VESTIDA. Hablaré durante diez años si hace falta. He callado ya demasiadas veces, ¿para qué? Para hacer de mi cuerpo una llanura lisa y blanca llena de agujeros que nunca pueden llenarse (Pausada). Que te tengo siempre delante y no te alcanzo... siempre delante, siempre, siempre, siempre, cuando solo eres otro hueco que no puede llenarse. Pero lo que nos abandonó de nosotras mismas era simple y redondo como una piedrecita.
MÁSCARA ROJA (Lejana). Como el canto finísimo de una cabeza decapitada.
MUJER VESTIDA (Cerrando los ojos). Como el canto...

Así las imagino yo, una y otra vez ante mí, como si me hablaran desde dentro de ellas mismas y ya no desde el centro de mi cuerpo. ¿Qué más? "Niña, niña", pero yo solo veo sus brazos alzándose casi como una súplica, queriendo ser, esperando que las sea, con sus brazos largos como ramas sacudiéndose en lo oscuro. ¿Y qué espero yo, qué esperas tú? Quizá el sexo de la noche abriendo sus raíces en tu boca o la piedra más que blanca de las piernas de la luna anudadas a un cuerpo solo; mármol sobre mármol, rocío lamiendo con su lengua los muslos puros de quién sabe qué punto de la madrugada. Ellas, que son yo, me empujan como una exhalación a los labios entreabiertos del deseo, y en su humedad, abiertas ya, solo flores entre tus labios.
Solo flores entre tus labios.

No hay comentarios:

Publicar un comentario