Un trago largo de café y mi cigarro respirándote entre los dedos. "Es tan sencillo", suspiras. Y lo era antes, también, cuando no sabíamos que el vacío podía rebosarse.
Un brazo de humo asciende hasta el techo. Allí, un instante de previa intuición precede al fundirse del uno en el otro. Tan sencillo. Tanto quizá como la suspendida realidad del aire.
Y respirarlo o no respirarlo.
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