viernes, 4 de febrero de 2011

El robo.

A veces sentimos una soledad, un desmoronamiento, un desgarro interior tan fuerte, que parece que alguien nos haya rajado el pecho de arriba a abajo para acabar extrayendo nuestro corazón.
Y permanecemos así, con el pecho descosido, vulnerables a todo lo que nos rodea. Los daños menores se convierten en dolores descomunales, las suaves brisas desempeñan tremendos vendavales que arrasan con todo lo que se interpone en nuestro camino.
Y nuestro pecho sigue así. Sin sangre, sin cicatrices. Pero abierto de par en par como una vieja ventana.
Entonces, todo el mundo quiere asomarse por ese ventanal. Aunque para ellos no seas más que un cuerpo con un gran vacío en el pecho. Aunque no seas más que un puñado de nada, todos quieren contemplar aquello que se encuentra roto tras tus cristales.


Pero para su sorpresa, no hay nada.
Ya no hay nada.

2 comentarios:

  1. ... sólo un pecho hecho astillas como arena de un desierto donde algún día verás, con paciencia verás, cómo empujan las flores.

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  2. Qué precioso. Gracias por compartir tanta belleza en tan pocas palabras.

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